Kant contra los fantasmas
Immanuel, el ilustrado
Immanuel Kant, antes de ser Kant, encandilaba a sus amigos con su conversación y su perspicacia (no así con su prosa, como escritor el de Königsberg fue siempre un tanto latoso). En 1766, aconsejado por estos amigos, que tal vez querían no escucharlo más hablando del tema, publicó Los sueños de un visionario, filípica contra el místico Emanuel Swedenborg. Kant explica que tal materia no merece el esfuerzo de coger la pluma, pero que al menos justificaría las horas que malgastó con los copiosos e imaginativos volúmenes del escandinavo. No, no perdió el tiempo; aparte de que debió de pasárselo bien con una obra fantasiosa -aunque a un devoto pietista ciertas diversiones le parezcan frívolas-, adelantó sus interpretaciones del entendimiento humano quince años antes de la Crítica de la razón pura y le dio un buen baño al visionario Swedenborg en nombre de la clara razón, que es uno de los mejores servicios que un ilustrado puede prestar.
Emanuel, el iluminado
Swedenborg se equivocó de siglo. De haber nacido con más acierto habría podido predicar junto al Maestro Eckhart o arrobarse en la celda contigua a la de San Juan de la Cruz. Pero se decidió por el impío XVIII, que dio a la imprenta el Emilio y mapeaba el universo sin la "vana hipótesis" de Dios. Sin embargo, por descreídos y racionales que sean los hombres, siempre encontrarán acomodo los espectros. Swedenborg logró una fama continental describiendo la tierra sutil que visitaba sin cuerpo, lo requerían las casas reales de Europa para que relatara sus garbeos por el otro mundo. Que, antes de que se manifestara su don, no hubiera sido un fraile inculto sino ingeniero y científico hacía su caso más asombroso y para algunos más creíble. No para Kant.
Contra toda fantasmada
Kant, siempre correcto, usa una ironía amable y con balizas para advertir de que no habla en serio. Cierto que cuela el germen del kantismo en sus demostraciones pero ese no es su propósito; no olvida para qué escribe: desenmascarar a un cuentista con todas las armas de que dispone, la lógica, la física, la óptica, etc. Algo más agresivo no sería propio de él.
¿Lo consiguió? ¿Demostró a las cortes europeas que Swedenborg no era más que un fantoche que ponía los ojos en blanco? Hoy los bachilleres del mundo estudian a Kant mientras que si se les mienta a Swedenborg, alguno aventurará que es el portero suplente del Göteborg. Todo parece indicar que el filósofo ha triunfado y que nos equipó con razones sobradas para combatir a los fantasmólogos.
O tal vez no.
No vamos a resumir el pensamiento de Kant (que me viene grande) ni la cosmología de Swedenborg (que no conozco de primera mano); nos limitaremos a unas nociones básicas y en absoluto exhaustivas que pueden ayudarnos a saber de qué fue esta discusión.
Migajas kantianas
- Kant quiere preservar la fe. Como la razón pone en tela de juicio la fe, concluye que esta, igual que toda idea de Dios, del alma, y de las cosas tal como son (la cosa-en-sí), quedan más allá del conocimiento humano.
- La metafísica, que incluye el saber sobre el alma, no es accesible por la razón ni puede extraerse enseñanza moral alguna de ella, aunque quizá leer metafísica sea divertido: Kant reconoce noblemente estar enamorado sin remedio de toda su palabrería.
- Hay dos clases de inmodestos que no aceptan estas limitaciones del entendimiento: los charlatanes místicos y los filósofos especuladores. Los primeros, si son decentes, deben sus apariciones a problemas fisiológicos como un nervio óptico mal formado o vapores flatulentos que, en lugar de salir por su conducto natural, se elevan hasta el cerebro (¡humor kantiano!). Los segundos, supuestamente mejor educados, no tienen perdón de Dios. En verdad, con Los sueños de un visionario Kant no arremete tanto contra Swedenborg, a fin de cuentas un simple buhonero, como contra una escuela de pensamiento que se entretiene con lucubraciones que no van a ninguna parte.
Los mundos de Emanuel
- La de los espíritus es una realidad pareja a la nuestra. Sus habitantes no saben nada de la Tierra pero Swedenborg les informa, pues es médium para nosotros y para ellos: su ser íntimo está más abierto, tanto que puede pasear por una calle de Londres mientras su propio espíritu departe con otro.
- Ambos mundos se influyen recíprocamente, pero los habitantes de uno y otro creen que su comportamiento resulta de su voluntad, cuando es producto de esta interacción entre esferas.
- El mundo de los espíritus no tiene extensión ni distancias pero las simula. Los espíritus afines se sienten cercanos y se comunican leyendo el pensamiento directamente en el interior de los otros.
- Todos los espíritus, de vivos y muertos, forman juntos la figura de un Hombre Máximo, ocupando cada uno la víscera que mejor va con su carácter.
La primera andanada de Kant contra Swedenborg es de tipo científico. El prestigio de Newton está en su mejor momento y todo europeo culto, cuando quiere dar explicaciones de algo, acude a la física. Kant parte de que si una entidad como un espíritu no ocupa espacio, tampoco podrá participar en las mecánicas del mundo corpóreo. La segunda andanada es empirista: todo lo que sabemos de la realidad es a través de las impresiones; resulta imposible conocer aquello que no impresiona los sentidos, es inútil perder el tiempo cartografiando un lugar del que no tenemos ninguna experiencia. Kant no puede demostrar que los espíritus descarnados no existan, pero la carga de la prueba corresponde a Swedenborg: le toca al sueco presentar sus testimonios, y para eso no basta con poner por escrito una colorida fantasía. No se puede negar que las visiones de Swedenborg son lógicas y sistemáticas: es decir, paranoicas; un tipo de idea muy atrayente, más aun cuando apela al ansia que hasta los descreídos albergan: que siga existiendo la vida más allá de la muerte. Kant también deseaba que hubiese tal vida, pero sabía que no podía esperar pruebas -mucho menos consuelo- de la razón. Aparte de lo que yo infiero mediante las experiencias (los fenómenos), el mundo en sí mismo (el noúmeno) me está vedado. ¿Pretenderé entonces el conocimiento directo de la ultratumba?
Swedenborg de paseo por Abbey Road
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Es muy probable que los amigos de Kant lo felicitaran por su opúsculo, aunque solo fuera porque mientras lo escribía no daba la vara con fenómenos y cosas-en-sí. En cambio, es poco probable que Los sueños de un visionario lograra otros objetivos. Kant no consiguió acallar ni a los charlatanes ni a los filósofos. Los idealistas alemanes que lo sucedieron, con Hegel a la cabeza, consideraban que era perfectamente posible adquirir un conocimiento del noúmeno mediante experiencias sensibles. En cuanto a los charlatanes, leen las cartas de la baraja en las televisiones locales, cuando no llenan los auditorios de respetable más o menos vivo y familiares más o menos muertos. De un escrito algo más acre podría esperarse éxito, a la opinión pública le gustan los energúmenos. Kant no insulta a Swedenborg, alega que quizá sus visiones se deban a una tara oftalmológica; de haberlas atribuido a la represión del deseo de acostarse con la propia madre, la repercusión habría sido mayor. Vivimos rodeados de fantasmones de carne y hueso que intentan persuadirnos de que sí hay un más allá y que ellos lo han visto. Frente a ellos, el viejo solterón de Königsberg solo opone sensatez, que aun si nos persuade no nos alivia. Kant mismo lo admitió: en la balanza del entendimiento siempre pesa más el platillo de la esperanza...
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