El príncipe va desnudo

Acaba el año maquiavélico -quinto centenario de la redacción deEl Príncipe- y ha sido bastante inocentón. Cuando en 2011 se intentó celebrar el año Céline lo ahogaron los berridos de los bienpensantes: Céline había sido un explícito antisemita, su conducta durante la ocupación de Francia fue como poco asquerosilla y de su obra, tal vez brillante, goteaba una moral de podredumbre. Mucho más benévolo, el juicio actual a Maquiavelo lo presenta como el primer estadista, el teórico de la ciencia política moderna, el filósofo que desligó la administración pública de falsos prejuicios morales... Pues muy bien, acerquémonos sin esos falsos prejuicios al texto canónico de Nicolás Maquiavelo y comprobaremos que Il principeno es la obra de un hábil hombre de Estado sino la de un hijo de mala madre de cuyas opiniones han dependido naciones, guerras y vidas hasta el presente y al lado del cual Céline es un niño llorón.

-¡PERO SI NO LLEVA NADA! -EXCLAMÓ DE PRONTO UN NIÑO.
Antes del pasteleo moral de nuestra época, cuando lo justo era justo y el mal era el mal, Maquiavelo exhibió en público a los gobernantes como matarifes codiciosos. Lo revolucionario de su planteamiento resultó de que no censuraba su carácter barriobajero sino que se complacía en él y lo vindicaba. Si señala que hay que respetar los pactos salvo cuando conviene no respetarlos; si afirma que una medida higiénica para conservar un principado que se tomó por las armas sería procurar “que la descendencia del anterior príncipe desaparezca”, no está diciendo nada que cualquier Patronio de la época no susurraría al oído de su conde Lucanor. Pero Maquiavelo no se limita a susurrar: berrea lo que debía haberse quedado en los aposentos reales; el cinismo, no la crudeza, es lo que nos sonroja y sonroja a los grandes señores.

I've got the power
Los consejos que imparte El Príncipeayudan al lector aplicado a conquistar el poder pero nunca se dice por qué el poder debería conquistarse. Que mandar es bueno se da por sobreentendido; el bienestar de los pueblos y otras zarandajas importan un pito en este manual, tal vez sean cuestiones sin relevancia en un texto práctico:El Príncipees el manifiesto de la razón de Estado, si el fin justifica los medios, nunca se expresó tan descarnadamente como aquí. Cualquier método vale para conseguir y conservar el Estado y cualquier método pasa por el ejercicio de la violencia. La guerra no sería, como dice Clausewitz, "la continuación de la política por otros medios" sino la política a secas; no hay otra salvo la de la agresión y el sometimiento. El chino Sun Tzu, gran teórico del arte militar, desaconsejaba el recurso a las armas salvo en el último caso. El Príncipeno es un tratado bélico al uso pero sus enseñanzas huelen a sangre y fuego.

La política del Renacimiento, como cualquier otra, no era un deporte de caballeros pero se guardaban las formas: si bien había un respeto convencional por el Pontífice, Maquiavelo describe la Roma papal como un Estado más, regido por señores convencionalmente rapaces y belicosos, y en el caso de los vicarios de Cristo eso es una falta imperdonable. Lo que parece irritar al secretario de Florencia no es su vileza sino la doblez: él querría que Su Santidad fuese reconocido como una sanguijuela igual que cualquier príncipe. Otros gobernantes quedan en mejor lugar por acciones compatibles con la razón de Estado aunque moralmente repulsivas. Fernando de Aragón es ensalzado por sus hechos asombrosos como la expulsión de los marranos (los judíos) de su reino, que dio a sus súbditos de qué hablar y alguien a quien admirar. De César Borgia también alabará, entre muchas hazañas, que supiera encomendar una provincia revuelta al sanguinario Ramiro del Orco, después liquidarlo y aparecer como benefactor de la provincia, para entonces pacificada. No faltaban, pues, canallas en aquella época; la innovación de Maquiavelo fue saludarlos como tales y darles su aprobación.

Diplomacia florentina
¿Qué esperaba el cortesano caído en desgracia cuando escribió El príncipe? No el perdón, desde luego, pues pocas veces un gran señor ha sido delatado de forma tan cruel por un súbdito. Maquiavelo ha dicho que el emperador va desnudo y sucio de sangre ajena. Solo nos queda creer que esperaba lo que logró: para Lorenzo, azoro; para él, oprobio y después fama. Ha dedicado muchas líneas a decidir si es mejor ser amado o temido y cómo hay que evitar ser odiado: con la difusión de El Príncipe Lorenzo será temido y Maquiavelo odiado. Hasta ese punto está dispuesto a mostrar sumisión a su señor. Prefiere la gloria terrenal del Medici a la salvación de la propia alma. Cuesta creer que haya olvidado tan pronto sus mismas palabras acerca de que "el que ayuda a otro a hacerse poderoso causa su propia ruina. Porque es natural que el que se ha vuelto poderoso recele de la misma astucia o de la misma fuerza gracias a las cuales se lo ha ayudado"

Maquiavelo hizo saltar por los aires la omertá que una jauría de perros rabiosos guardaba para aparecer ante la historia como prohombres. El diplomático florentino nos dejó una visión siniestra de la condición humana que a veces nos turba por acertada. Pero aún así, eso no lo autoriza para deslizarse hacia el cinismo, al nihilismo y a la búsqueda del dominio por el dominio; y tampoco nos lo autoriza a nosotros; aun si los hombres no fueran buenos, es mejor tratarlos como si lo fueran, por más que nos deslumbre la aparente verdad que se recoge en este tratado, escrito hace cinco siglos y pavorosamente actual:

Porque hay tanta diferencia entre cómo se vive y cómo se debería vivir, que aquel que deja lo que se hace por lo que debería hacerse marcha a su ruina en vez de beneficiarse, pues un hombre que en todas partes quiera hacer profesión de bueno es inevitable que se pierda entre tantos que no lo son. Por lo cual es necesario que todo príncipe que quiera mantenerse aprenda a no ser bueno, y a practicarlo o no de acuerdo con la necesidad.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Señor, hazme casto (pero no ahora)

Kant contra los fantasmas

Va un cura y le dice a otro cura...