Fascismo ilustrado

¡Ah el XVIII, el siglo de las luces, la mayoría de edad del hombre, la edad de la razón! ¡Ah los ilustrados! ¡Ah los philosophes! Aunque aquellos tipos no eran de los que conviene presentar a los padres. Voltaire, promotor de la tolerancia y la fraternidad, se enriqueció con el comercio de negros y el besuqueo de culos aristócratas; el enciclopedista Diderot, alguien que dice cosas como “Con las tripas del último cura ahorcaremos al último rey”, no parece muy apto para difundir valores del humanismo. Del epígono Sade, demostración con patas de a qué conclusiones criminales llega la ilustración, ya hemos hablado antes… ¿No había nadie medio decente entre aquella caterva para admirarlo sin zozobras, un guía espiritual cuya foto se pueda colgar en la pared del dormitorio con las de Gandhi, el Che o el Sagrado Corazón? Jean Jacques Rousseau tal vez nos valga: sobrio, sentimental, campestre, más romántico que cerebral, vindicador de la bondad natural del hombre, preocupado por la educación que merece un niño (tanto que entregó a sus cinco hijos al hospicio porque estarían mejor tratados que en casa, ejem…); el ginebrino no debió de tener mala entraña. Lo ves en esos retratos, con su sonrisa de bonhomía y su pelucón empolvado, y cuesta creer que este señor fuera un adelantado y santo de la devoción de Lenin y Hitler.
Tu cara me suena, ¿dictas mucho por aquí?

Contra la ley de la selva
El texto político más decisivo de Rousseau es El contrato social o los principios del derecho político, donde este amigo de la vida silvestre y solitaria intenta encontrar un fundamento a la organización civil más adecuada: según como los hombres son y como las leyes pueden ser. Para eso investiga en el llamado “Derecho natural”, que se supone anterior a todo pacto. Este derecho parece no descansar en otra cosa que en la fuerza; pero entonces basta con hablar de fuerza y no dulcificarla con eso de “derecho”. Si lo que cuenta es la brutalidad del sujeto, hay que ponerla a prueba permanentemente así que burilarla en ley es absurdo. Los hombres deben firmar un contrato de convivencia que se gane el respeto de todos y a todos los beneficie; como nos temíamos, el buen Jean Jacques va a proponernos uno...

100% Naturales
Los buenos salvajes
Es una convención asociar a todo autor con una frase emblemática. Se ha pactado que la de Rousseau sea “El hombre ha nacido libre y en todas partes se halla encadenado”, sentencia famosa pese –o gracias- a su inconsistencia. Hay otros hits en la filosofía igualmente fangosos pero se debe desconfiar en especial de toda máxima que incluya la palabratodo (como esta misma). En cualquier caso, podemos extraer de tal afirmación que hubo una vez un estado originario de libertad que degeneró, de forma misteriosa, en cadenas. Rousseau admite que este estado de naturaleza, es solo un punto de partida teórico; no se puede volver a él, probablemente nunca existió. Pero que aparente precauciones no permite al filósofo intentar colárnoslo de matute: el estado natural es una chuminada y en las chuminadas no se puede cimentar una filosofía.
En fin, traguemos con lo del estado natural: una sociedad de hombres sin sociedad, de buenos por obligación, pues les faltaba la oportunidad de ser otra cosa. Pánfilos dichosos, inocentes, libres… No había más remedio. Cuando se agruparon, en busca de una existencia más cómoda, lo peor de sus corazones afloró: se compararon entre sí y fueron desiguales; la libertad de uno quedaba limitada por la libertad del vecino y dejaron de ser enteramente libres; y fueron culpables, pues habían adquirido la noción del bien y el mal. La ingenuidad de los comienzos se corroyó, el hombre ya no podía seguir sus inclinaciones sino que debía emplear su juicio –y eso, según Rousseau, es malo pues la razón es inferior a la pasión-. Es imposible volver al Edén, así que intentemos que la sociedad sea la más pura entre las posibles, aunque las miasmas de la civilización nunca se disiparán del todo.

Mayormente
A Rousseau se le ha llamado filósofo de la democracia porque cree en el gobierno de la mayoría; sin embargo, lo que lo separa de otros teóricos como Jefferson son las atribuciones que le concede al gobernante: hasta dónde puede ejercer un domino legitimo, su autoridad sobre la minoría o sobre la persona individual. Con su peculiar jerigonza, Rousseau usa la palabra “Soberano” como nosotros podemos usar “ciudadanos”, “opinión pública” o “votantes”; pero también “gobierno” o “poder”. Este Soberano, conjunto de los individuos pero superior a su simple agregación, acaba convirtiéndose en el único sujeto de derechos, a partir del cual se le atribuyen ciertas facultades al ciudadano por obra de gracia. La sumisión del hombre particular al Soberano es absoluta pero su relación con otros particulares es la mínima posible; de este modo se facilita el control que ejerce el Soberano y se obtiene la plena igualdad para los ciudadanos. La sociedad civil –cofradías, gremios, órdenes de caballería- supondría poderosos sujetos de derecho que crearían situaciones de injusticia… así que la solución es eliminar cualquier institución intermedia que pueda entrometerse y mitigar así el control del Soberano.
Un Estado funcionará mejor con asambleas unánimes pues no es lícito obligar a diez a cumplir una ley solo porque la hayan votado cien. Sin embargo el ginebrino no extrae de este principio –como sí hizo Jefferson- que se deba respetar la elección de los minoritarios, sino que la disidencia debe ser suprimida y los disidentes, despojados de su ciudadanía. El encantador Rousseau describe los totalitarismos nazi o comunista sin dejar de hablar de bondades naturales.


Totalitarismo avec plaisir
La base del contrato social es el sometimiento total del individuo a la Voluntad General; lo demás son minucias. La absoluta dependencia del individuo se consigue anulando su capacidad para obrar solo. Quien no es capaz de hacer nada por sí mismo está sujeto a los demás, quienes a su vez dependen de…Toda iniciativa personal queda así estrangulada. Rousseau no inventó la tiranía pero le dio su forma moderna. Su Soberano y su Voluntad General convierten el gobierno autoritario convencional en totalitarismo: al súbdito no solo se le obliga a la sumisión; además se requieren su entusiasta colaboración y su aplauso.
Rousseau estima que en esta sociedad totalitaria el ciudadano llega a ser absolutamente libre; es más: se lo ha liberado ante todo de sí mismo, de las obligaciones que la libertad impone, del vértigo de decidir y equivocarse. La única voluntad que cuenta es la general. El Soberano es libre para que el súbdito sea libre de no serlo... Este trabalenguas se parece a la neolengua de George Orwell, en la que la debilidad es fuerza y la libertad es esclavitud. Muy propio de quien dice “Los hombres nacen libres y viven esclavos”.
Ciudadano y Soberano
Un régimen autoritario clásico se permite ceder, sin renunciar a la vigilancia, ciertas parcelas de poder a otras instancias con una independencia relativa, como una iglesia organizada o corporaciones comerciales. El Soberano totalitario de Rousseau, en cambio, elimina las estructuras intermedias entre él y losciudadanos para evitar distorsión de los votos: fuera feudos, partidos, sindicatos, iglesias... En definitiva, fuera la sociedad civil. Así, o reemplazando las instituciones privadas por otras que controle inmediatamente el Soberano –absorbiéndolas en la burocracia del Estado- se facilita el dominio totalitario. El ciudadano está solo ante un poder omnímodo a cuyo lado los monarcas absolutos tradicionales parecen abuelitos permisivos.

La religión de los hombres buenos
Rousseau da a la religión el cometido que le dan los neoconservadores: sirve para afianzar las naciones; por eso el pueblo debe creer que sus leyes son divinas. Más allá su idea de la religión oficial es confusa; rechaza la libertad de cultos, pues con varias iglesias habría más de una autoridad a la que obedecer, pero a la vez niega el Estado confesional en favor de la tolerancia… hacia las religiones tolerantes: o sea, que excluye al cristianismo. Lo considera una fe de esclavos: su Reino no es de este mundo, no se implican en el Estado, son fundamentalistas apolíticos. Su indolencia estorba al totalitarismo.

Otra aportación de Rosseau a la tiranía contemporánea fue la distinción entre Voluntad General yvoluntad de todos. La Voluntad General expresa la búsqueda del bien común; la voluntad de todos no es más que la suma de las voluntades particulares, cada una aspirante al interés privado, egoísta. Una Voluntad General sería algo así como una media estadística de los deseos de los diferentes súbditos. Dado que unos comicios solo pueden medir la voluntad de todos, incluso el sistema de elecciones libres es arrinconado por las decisiones del Soberano… cuya interpretación corre a cargo del Príncipe, el Legislador o no se sabe bien Quién.

La economía de los hombres buenos
Marx quería un Estado dueño de los medios de producción, siquiera de forma interina hasta establecer la sociedad comunista. El Estado de Rousseau llega más allá pues “es dueño, por el contrato social, de todos los bienes de sus miembros, siendo dicho contrato fundamento, en el seno del Estado, de todos los derechos”. Así se adueña del medio de producción, del producto y consecuentemente del obrero productor. Esta nueva política económica tiene menos que ver con el comunismo de Marx que con el totalitarismo de Lenin.

* * *


¡Rousszilla!
Acabemos diciendo que una idea demasiado optimista de los hombres ideales lleva al desprecio y al maltrato de los hombres reales y a conceder a un 
poder público legitimidad para suprimir a los que no encajen en el molde del estado natural. La sociedad de Rousseau tiene más que ver con la Rosa mística tal como la describía Dante -la unión de las almas de los benditos contemplando eternamente el rostro del Soberano/Creador- que con un contrato más o menos tácito entre humanos que conviven. Las probabilidades de que esta utopía siniestra (¿todas lo son?) acabara encarnando en un gobierno imperante parecían de chiste pero el siglo pasado vio a más de la mitad de la población mundial viviendo en Estados rousseaunianos, si es que se puede llamar “vivir” a respirar a la sombra del Soberano. Jean Jacques Rousseau sigue pasando hoy por un benefactor de la humanidad; tales son las ventajas de hacerse un retrato con una peluca blanca. Lo más seguro es que el próximo monstruo en el horizonte encarne en una forma del todo nueva, impredecible; pero, por si quisiera engolosinarnos con ideas sobre gobiernos perfectos que liberan a los hombres hasta de su libertad, más nos valdría recordar que un falso ilustrado nos lo había prometido antes y, lo que es peor, cumplió su promesa repetidas veces…

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