Las fatiguitas
Una persona puede dedicarse a la filosofía por muchos motivos, aunque la búsqueda de la sabiduría no figura entre los primeros. Sócrates le contaría a Xantipa, su gruñona mujer: “Cariño, si paso los días sin dar un palo al agua, rodeado de tiernos muchachitos y molestando a los vecinos con preguntas absurdas lo hago porque busco lo verdadero, lo bello y lo bueno”, afirmación que difícilmente contentaría a Xantipa. Sartre se metió filósofo para follar; Hegel, para sacarse la cómoda plaza de numerario en la universidad de Berlín. Sören Kierkegaard representa un caso curioso: el hombre que filosofa para aliviar una herida interior.
El filósofo enamorado
Aquel atormentado que ante sus vecinos aparentaba ser un frívolo playboy estaba enamorado hasta las trancas de Regina Olsen. Pensaba en ella con tal fervor que más de una vez se la cruzaría por las calles de Copenhague sin darse cuenta, embebido en su fantasía. Su concepto del amor era tan personal, como todo lo suyo, que decidió marcharse a Berlín para evocarla sin estorbos. Borges se burlaba de esos amantes de las novelas rusas que se quieren tanto, tanto, que deciden separarse; Kierkegaard pertenecía a esta raza. No es improbable que en la espantada influyeran su pánico al sexo y su poca confianza en ser un cabeza de familia competente. El caso es que en Berlín se dedicó a escribir libros llenos de guiños, bromas privadas y alusiones que solo Regina, lectora entregada, y algún filólogo de la posteridad serían capaces de descifrar. Cuando se sintió preparado volvió a Dinamarca para reencontrarse con su amor… que para entonces se había prometido con otro. Mujeres.
Una mala tarde la tiene cualquiera
¡Que Te den!
|
El padre de Sören, que pasando penas se haría con una pequeña fortuna, había tenido una infancia muy dura; tanto que una tarde se subió a una piedra y teatralmente maldijo a Dios, un arrebato que le pesó toda la vida: si le iban las cosas mal, era un justo castigo por su impiedad infantil; si le iban bien, Dios se recreaba para castigarlo mejor. Este obsesivo sentimiento de culpa tan luterano fue trasmitido al hijo pequeño, que nunca sabía si se comportaba como un auténtico cristiano. Sören Kierkegaard estaba dispuesto a hacer todo lo que le pidiera Dios… Pero Dios estaba más callado que un muerto. ¿Cómo se obedece al que no da órdenes? ¿Le ordenó Cristo que se apartara de Regina o fue un pronto irracional?
Sören versus G. W. F.
La filosofía de Kierkegaard es una reacción al sistema fashion de su época: el idealismo hegeliano. Como Georg Wilhelm Friedrich Hegel es uno de los pensadores más densos –sería mejor decirespeso- de occidente, nos limitaremos a esbozar algunos puntos en que Kierkegaard se separa de Hegel y de todo el ambiente intelectual que lo rodeaba.
- Hegel crea un sistema filosófico: el Sistema. Kierkegaard rechaza todo sistema.
- Hegel piensa que el hombre se realiza dentro del Estado. Kierkegaard considera al hombre concreto irreductible, incapaz de fundirse con un Estado.
- La Idea de Hegel se iba desarrollando dialécticamente: un principio (tesis) daba lugar, a través de la negación activa, a su contrario (antítesis) y se superaba en una síntesis. Los estadios que preocupaban a Kierkegaard se centraban en la moral del individuo: la faseestética daba lugar a la fase ética y finalmente a la religiosa. Lo que tuviera que ver conideas generales no interesaba al danés.
- Hegel vivía con la confianza y la satisfacción serena que le proporcionaba su filosofía. La filosofía de Kierkegaard estaba plagada de dudas y culpa.
- Hegel llegó a rector de Berlín. Las exigencias de autenticidad de Kierkegaard lo apartaron del sacerdocio y de la carrera universitaria.
- Hegel era macilento y fúnebre y un ciudadano ejemplar. Kierkegaard era un tipo encantador al que el miedo a sus enemigos convirtió en paranoico.
Sören sube al monte Moriah
![]() |
¡Tente, Abraham! |
El más famoso libro de Kierkegaard, Temor y temblor, está dedicado a la figura de Abraham y sus tribulaciones ante el filicidio que Dios le exige. En realidad Kierkegaard habla de sí mismo: después de todo Dios se dirigía a Abraham y eso no se discute. Su orden –que Abraham le ofrezca a Isaac, su unigénito, en holocausto- es clara. Abraham puede tener dudas pero no sobre el hecho de que Dios le ordena. Sin embargo, ¿quién da las órdenes a Sören? Probablemente él estaría dispuesto a inmolar a su hijo, a su abuela, incluso a Regina si Yaveh se lo pidiera (renunciar a casarse con ella puede ser una expresión de ese sacrificio)… Pero Dios no le habla. ¿Cómo sabría Kierkegaard si es un buen cristiano o un hipócrita feligrés de la Iglesia Nacional de Dinamarca, como tantos conocidos o su propio hermano, el pastor? Mejor fracasar ante la exigencia del Señor que pervivir sin ser puesto a prueba.
Según Kierkegaard, Abraham bajó del monte Moriah acompañado de su hijo vivo, con el cuchillo sucio de sangre de cordero y sin fe. Hay cosas que ni un dios puede pedir.
¿Anfaegqué? ¡Anfaegtelse!
Lo que caracteriza al sacrificio de Abraham es la Anfaegtelse: la angustia inherente. El joven rico podía seguir a Jesús si abandonaba sus riquezas: a fin de cuentas tenía derecho a hacer lo que le viniera en gana con su propiedad. Pero el hijo de Abraham no era del todo suyo. ¿Qué clase de Dios sanguinario me concede un hijo, una responsabilidad sobre él y luego me exige inmolarlo? ¿Por qué Yaveh me impone un absurdo? Justamente en su sinsentido la fe se separa de la filosofía y ahí descansa su superioridad. Abraham ha sido fiel a Yaveh mientras no tenía que sacrificar más que tórtolas. Sin embargo, Isaac… El deber de Abraham para con su hijo era un deber ético, pero al Señor lo une un deber religioso, superior –no en sentido moral pues esta evolución trasciende la moral.
Más padres atribulados
Kierkegaard saca del mito y de la Historia casos cercanos al de Abraham. Aunque él no lo cita –porque quizá no lo veía-, el relato del patriarca es la justificación mítica de un rasgo que distingue a los israelitas de otros pueblos palestinos: el rechazo del sacrificio humano. ¿Qué le importan a Sören las explicaciones históricas, racionales o razonables? Agamenón, Jefté o Lucias Junias Bruto sometieron a sus hijos al cuchillo por el bien de su pueblo. ¿Estaba dispuesto Abraham al filicidio solo para salvarse él? Su Dios es imperioso y despiadado, rebelde a la lógica; pero Kierkegaard asegura que “la fe empieza donde acaba la razón”.
El caballero, la princesa y las esperanzas raras
A fin de explicar el componente absurdo de la fe, Kierkegaard acude a un ejemplo que, de tan personal, resulta indecoroso. Un caballero (supongamos que él mismo) se enamora de una princesa (no supongamos que alguien diferente de Regina); ella le correspondería… si le dejase. Sin embargo no se siente digno de su amada y se aleja. La princesa acaba casándose con un príncipe (que así ocurrió) pero el caballero no deja de creer que se reunirá con ella. No tiene ningún motivo para esperarlo, todo indica que la posibilidad es absurda. Pero precisamente en creer que será lo que se sabe que no será, en lo disparatado de esa esperanza radica la religión, que de otro modo se quedaría en un vulgar cálculo de probabilidades.
Para los interesados, adelantaré que Sören nunca se reunió con Regina.
Héroes trágicos, caballeros de la fe
Kierkegaard distingue a los héroes trágicos –Agamenón, Jefté, Bruto- de los “caballeros de la fe” –como Abraham-. Los primeros entregan a sus hijos al cuchillo por el bien de su comunidad, se someten a lo general. Son figuras éticas. Pero Abraham actúa según lo Particular. La degollina no beneficia a nadie, ni a él. ¿Qué explicaciones le dará a la madre de Isaac cuando vuelva del Moriah? ¿Le dirá que obedecía la voz de Dios, para convertirse en el primer caso registrado de esquizofrenia? Abraham es una figura religiosa, su deber hacia el prójimo –fueran Isaac o Eliazar, Sara o Agar- se supedita al deber ante Yaveh. Está, ante Él y ante los suyos, irremediablemente solo.
![]() |
Filósofo angustiado |
Como cabía esperar, Kierkegaard se identifica con el caballero de la fe. Sería incapaz, sin recitar Temor y temblor desde la primera página hasta la última, de explicar su espantada ante los hombres, aunque quizá no lo pretende. Sus explicaciones se dirigen tan solo a Regina Olsen –lectora devota- y en todo caso a Dios.
A qué venía todo esto
Fichte decía: “la clase de filosofía que se elige depende de la clase de hombre que se es”. Leer a Kierkegaard nos pone en contacto con un hombre que escribió para justificar su miedo a comprometerse con su enamorada y al sexo en general. Esa –modesta- pretensión de compararse con un patriarca bíblico resulta hoy, más que estética, ética o religiosa, un tanto cómica; de haberlo sabido, Sören Kierkegaard se habría refugiado en la agrafía. Pero nos habría privado del testimonio de un temor y un temblor que también son los nuestros, y cuando nos tocan de cerca ya no nos parecen cosa de risa.
Comentarios
Publicar un comentario