El colegio perfecto
Lecciones de griego
¿Se puede seguir a un maestro que ha dicho "No quiero discípulos"? Sin embargo, Friedrich Nietzsche, catedrático él, nunca despreció el valor de la paideia, de la educación al estilo griego. No concibe mejor enseñanza que introducir al discípulo en los valores de la antigüedad clásica, recuperados por los autores del canon alemán como Goethe o Schiller. Hay que ser griego… pero a través del espíritu alemán, que es heredero del griego. Estos valores no tendrían nada que ver con las instituciones educativas de la Alemania de Bismarck, donde la cultura se maneja como un bien mercantil, de consumo. El utilitarismo ha corrompido la instrucción, cuando el propio Nietzsche asegura que su deseo de juventud era no servir para nada; decir, como el diablo, Non Serviam!
All men are not created equal
Nietzsche parte de que los hombres no son iguales y por tanto no vale la misma formación para todos. Por ejemplo, en el estudio de la lengua -base de la educación, como lo era para los griegos y los romanos- fomentar la “personalidad libre” con “composiciones” y “redacciones” tiene poco sentido si solo una minoría va a llegar a escritor. Lo necesario es disciplinar -¿qué es eso de personalidad libre?- para apreciar a los grandes autores; nada de darle “libertad” o “autonomía” al estudiante, eso es darle pasaporte a la anarquía, a la barbarie. Cuando el joven -ya se dijo antes- haya aprendido a ejercer la crueldad contra sí mismo habrá llegado a ser un hombre superior… el único que sabrá cuál es el verdadero valor de la cultura. Nietzsche tendría poco sitio entre los pedagogos modernos, que creen que cualquiera vale para artista si recibe la instrucción adecuada y que reprimir las inclinaciones del estudiante con intención de templarlas y afilarlas es algo así como imponer el fascismo en el aula.
A juicio de Nietzsche, la cultura de su tiempo tiene dos enemigos mortales: la Academia y el periodismo. Tras los dos podemos escuchar el balido del rebaño. La masa pide educación; pero no como el joven griego sino para 1) enriquecerse; 2) liberarse de la religión… sin hacer demasiadas preguntas (si bien Nietzsche es ateo, rechaza igual que Giner de los Ríos el ateísmo irreflexivo); 3) obtener prestigio y trepar en la administración del Estado.
Exceso de decanos
El problema de las instituciones educativas en la Europa del filósofo es su proliferación. El bachillerato es la fundamental. En cuanto a las universidades, hay demasiadas vendiendo un saber al que solo puede aspirar la minoría, el hombre superior. Sin embargo este hombre superior no brota entre analfabetos sino desde el suelo fértil de un pueblo instruido: bachillerato para todos; universidad para los pocos. La queja de Nietzsche no es contra los incultos sino contra la muchedumbre de los semicultos, los mid-brow satisfechos en su mediocridad, una queja aristocrática y, para algunos, injusta. La educación “igualitaria”, contra la que se revolvía el liberal John Stuart Mill, es de nuevo refutada.
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Nietzsche es un elitista y, en algunos aspectos -sobre todo en sus mocedades, dictó estas conferencias con veintisiete castañas-, un nacionalista y un conservador muy peculiar; cuando alaba ese espíritu alemán piensa en la Grecia que rescataron Goethe, Hölderlin y los poetas románticos. Nada que ver con la bestia parda de Hitler y Himmler, que cifraban la esencia aria en tribus de rubios piojosos que adoraban a dioses de la muerte. Las ideas de este filósofo son bombarderas, la esencia de la political incorrectness, pero eso no significa que sean desechables como simples exabruptos nazis. Toda reflexión sobre las instituciones de enseñanza modernas necesita enfrentarse a los postulados del catedrático de Basilea, bien para aprovecharlos, bien para refutarlos con argumentos. El maestro o el ministro que simplemente los desprecien sin pensar no harán sino darle la razón sobre las lacras de la educación moderna y sobre la pérdida de tiempo y dinero que supone acercar la universidad a los zopencos.

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