Querido Lucilio, tu Lucio
El poeta Luis Alberto de Cuenca llamó a Séneca “el padre de los libros de autoayuda”. Se trata, claro está, de una licencia poética. Cierto que Lucio Anneo Séneca escribía sobre cómo vivir mejor, pero no se hacía ilusiones. En el tiempo infame que le tocó sus consejos invitan a moverse con desapego (María Zambrano habló de “la elegancia de Séneca”) y aceptar los males igual que los bienes, procurando evitar los primeros sin exceso de aspavientos y, sobre todo, nunca perder la compostura. Este dandy de la filosofía, aristócrata hasta en el estilo, se dejaría cortar las manos antes de cometer El poder del ahora o Usted puede sanar su vida. Solo por éso ya se ha ganado nuestra simpatía. Lo suyo era escribir para amigos y protectores, calamares curiosos de los que podía esperar, si no que le dieran siempre la razón, al menos que lo entendieran. A uno de ellos, el joven Lucilio, dirigió las Epístolas morales; todavía no se sabe quién fue Lucilio, si es que existió, pero pasan milenios y seguimos leyéndolas.
LO QUE ES EL ESTOICISMO
| Estoico bajo la lluvia |
La sencillez de Séneca es engañosa: a veces parece que se limita a repetir lugares comunes pero eso es porque apela al sentido común. Cuando dice “está bien todo lo que entraña una virtud y no lo está todo lo que lleva consigo algo malo” nos parece una simpleza, pero es necesario empezar por ahí, para que Lucilio entienda la indiferencia que ha de mostrar el filósofo estoico cuando elige lo bueno sin deslumbrarse y rechaza lo malo sin temor ni remordimiento.
LAS ANTIRRELIGIONES
A la doctrina estoica la barrió la fe de Cristo, mucho más prometedora. Se comprende: el defecto crucial de Séneca -que a algunos nos parece su mejor virtud- es que su moral deja insatisfecho. Leerlo no “sana la vida” de nadie. Pudo encontrar admiradores, críticos, hasta discípulos; pero nunca un creyente o un fiel.
La moral de Séneca no es transmundana. El sabio vive entre hombres con defectos, no se retira al desierto para alimentarse de miel silvestre y saltamontes. No hay que abandonarlo todo para seguir a un mesías, el político opulento puede ser más virtuoso que un anacoreta… si se toma la vida con el desinterés de este. “Para evitar a los entrometidos lo mejor es no jactarse del propio ocio: y esconderse en exceso y alejarse de la vida de los hombres es una forma de jactarse”.
| Querido Pablo, tu Lucio |
Existe una leyenda que lo pinta corresponsal de San Pablo, el estoico y el cristiano carteándose; leyenda sin fundamento alguno, más allá de ciertas afinidades intelectuales. Este antiquísimo hoax proviene de la necesidad de validar el cristianismo, “religión de mujeres y criados”, con un filósofo aceptable. Resulta equivocado confundir la serena aceptación estoica de la fortuna y de la desgracia con la resignación cristiana, engañifa para quien espera no morirse nunca y que se le premie por virtudes mezquinas. Aparte de que a un escritor con el estilo y la erudición de Séneca, el Apóstol le habría parecido un zafio.
En su relación con el cristianismo, Séneca, el cordobés, es la antítesis de Unamuno, el vizcaíno. Contra los esclavos de espíritu que anunciaban la vida eterna, Séneca pregunta si una lámpara apagada es distinta de la que era antes de encenderse: la muerte no difiere de la inexistencia previa a nacer, donde no había gloria ni tormentos. El sufrimiento, la injusticia y la muerte campan en sus enseñanzas, a nadie garantiza que serán vencidas; solo que no hay que darles importancia y se debe padecerlas sin despeinarse demasiado. Pese a que hayan querido bautizarlo, su pensamiento -aceptar lo malo y lo peor sin esperar compensaciones- es una antirreligión.
Aun así, Séneca quiere que vivamos como si alguien mirara nuestro interior: describe sin proponérselo el dios de Calvino; pero solo como una hipótesis útil, mientras que la divinidad calvinista está viva.
LA FELICIDAD, JA, JA, JA, JA
Las comedias románticas y la publicidad de alimentos con fibra nos han hecho creer que la felicidad no es para unos pocos. Séneca entiende que es más práctico dejarla a un lado cuando buscamos sentido a la vida; ya llegará sola, y si no llega, al menos no habremos hecho el ridículo.
Pese a que Séneca habla continuamente sobre la muerte, su tema es la vida, la vida feliz, que nunca es larga o corta sino rica o desaprovechada. La vida no es un fin sino un medio para otros fines: la virtud y la felicidad, que son equivalentes. Por eso la muerte solo demarca los límites de la vida y le da una forma que no tienen la existencia de los animales ni la de las piedras, que desconocen si mueren.
Séneca nunca prometió hacernos felices. Lo único que recomendaba era no obsesionarse con alcanzar la felicidad y mantener el buen tono en la desdicha; además, “cada cual es tan desgraciado como cree ser”. El gran Boris Karloff nos mostró con sus atribulados monstruos que la alegría no se compara, solo se valora desde dentro.
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Mirándolas bien, las Cartas son más racionales que razonables. Nos recomiendan despreocuparnos de posibles males del futuro, pues el futuro no está aquí; asentimos… y seguimos temiendo el futuro; además: acoger la muerte a cambio de no apreciar la vida no parece un buen negocio. Eso de aceptar lo que venga tras la sepultura como lo que había antes del nacimiento difícilmente lo logrará el más estoico de los filósofos; a quien quiera intentarlo no le bastará taparse los oídos para dejar de escuchar el resonante verso de Rilke: Haber sido terrenal no parece revocable.
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