Evidente, mente
A Descartes le han perjudicado sus mejores virtudes. Para empezar, es tan fácil entenderlo que echamos en falta el misterio profundo de la filosofía, eso que nos hace creer que la aventura del pensamiento consiste en descifrar mensajes secretos envueltos en niebla. Descartes casi decepciona porque parece que había poco más allá de lo que el sentido común prometía. Segunda virtud perniciosa: el pensamiento de Descartes es sencillo y razonable. Una revolución en su día, con su punto hereje, pero hoy suena casi a lugar común, todo en su “Discurso del método” parece dejà vu porque ha sido aceptado por los autores que vinieron después. Dice que no hay tontería que no haya sido alguna vez defendida por un filósofo. ¿Debemos despreciarlo por haber obligado a refrenar sus delirios a los sucesores?
Descartes no se planteaba descifrar los arcanos del universo: quería solo pensar con garantías de que pensaba cosas en condiciones. Escribir libros o sacudir la tradición occidental vino luego. Se considera a sí mismo más apto para encontrar un método de pensamiento que la sucesión de filósofos a lo largo de la historia, como un edificio proyectado y levantado por un arquitecto será más homogéneo y equilibrado que si lo parchean quinientos.
Los cuatro pasos básicos de su modo de pensamiento son:
- Admitir solo las verdades evidentes, nunca las probables.
- El problema complejo debe descomponerse en elementos básicos (las verdades evidentes, limpias).
- Partir de las verdades simples, evidentes, para llegar a razonamientos complejos (que serán evidentes si se basan tan solo en verdades simples evidentes).
- Repasos generales exhaustivos para garantizar la ausencia de errores.
Fuera de las matemáticas, que a Descartes no le parecen aptas para descifrar la existencia, el pensamiento busca ideas evidentes y simples y duda de todas las que halla, pero hay algo de lo que no puede dudar… de que está pensando: lo cierto o lo erróneo, pero piensa. Y de aquí se deduce que hay un sujeto pensante. La primera verdad incontestable para Descartes es “pienso, luego soy”.
Otra verdad evidente: soy una criatura imperfecta (pero esto no es tan evidente si no se define la perfección), no puedo haber destilado una verdad evidente, perfecta (de nuevo una verdad poco evidente), así que un ser perfecto debió inculcármela (la evidencia se desdibuja cada vez más). El Ser perfecto debe tener todos los atributos positivos, entre ellos la existencia. Que pueda imaginar un Dios ya supone que un Dios ha de existir (aquí la evidencia se fue por el desagüe).
A partir de aquí ya es concebible el universo: el movimiento de los astros, la palpitación de la vida… no es necesaria la experimentación, o al menos Descartes no parece tenerla muy en cuenta; el análisis racional a partir de la evidencia de Dios basta para explicar el Todo.
Sobre el geniecillo
En el bachillerato no entendíamos nada de filosofía pero hasta el último lerdo de la clase podía presumir de ser más listo que Descartes. El absurdo recurso a la hipótesis de que un genio maligno podía confundir al pensante y la presunta victoria sobre esa hipótesis que hacía triunfar al pensamiento componían una chapuza evidente, la única evidencia irrebatible de “El discurso del método”. Y el estudiante la detectaba con tanta facilidad, sobre todo si su maestro la señalaba primero, que se sentía un filósofo puro de oliva, capaz de codearse con el padre del racionalismo y hasta darle un collejón. El genio maligno ha sido en efecto la parte más maligna del pensamiento de Descartes, tanto que a los filósofos de cierta hondura les cuesta aceptar una pifia así. Hay múltiples explicaciones del “verdadero” sentido de la metáfora que le salvan la cara y son, como cabía esperar, muy poquito evidentes.
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