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El increíble hombre-masa

Los cambios en la sociedad siempre han ido acompañado de cambios en el tipo de individuo. Ortega y Gasset entiende que esta sociedad de masas nuestra parió al hombre-masa. No tiene nada que ver con las aglomeraciones urbanas ni el aumento de población, es cambio cualitativo, no solo cuantitativo. Una “minoría” se forma cuando pocos individuos coinciden en una aspiración o ideal, que cada uno buscó por su cuenta. Las minorías están hechas de individuos que se exigen, que “se hacen daño” (Nietzsche). La masa está hecha de hombres iguales a todos los demás y a quienes no angustia su homogeneidad. Esta falta de angustia, de mala conciencia y turbación, la empuja a usurpar funciones de la minoría -política, social, marcadora de tendencias- sin dejar de ser masa. El hombre-masa es un hombre del montón, de los que ha existido siempre, pero que quiere formar parte de una élite dirigente conservando sus rasgos vulgares. No atiende a quien debe saber más que él, no escucha a nadie; y se pirra...

Evidente, mente

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A Descartes le han perjudicado sus mejores virtudes. Para empezar, es tan fácil entenderlo que echamos en falta el misterio profundo de la filosofía, eso que nos hace creer que la aventura del pensamiento consiste en descifrar mensajes secretos envueltos en niebla. Descartes casi decepciona porque parece que había poco más allá de lo que el sentido común prometía. Segunda virtud perniciosa: el pensamiento de Descartes es sencillo y razonable. Una revolución en su día, con su punto hereje, pero hoy suena casi a lugar común, todo en su “Discurso del método” parece dejà vu porque ha sido aceptado por los autores que vinieron después. Dice que no hay tontería que no haya sido alguna vez defendida por un filósofo. ¿Debemos despreciarlo por haber obligado a refrenar sus delirios a los sucesores? Descartes no se planteaba descifrar los arcanos del universo: quería solo pensar con garantías de que pensaba cosas en condiciones. Escribir libros o sacudir la tradición occidental vino luego....

Friends will be friends

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“Yo quiero tener un millón de amigos…”. Una fantasía habitual de la adolescencia que hoy las redes sociales hacen parecer factible confundiendo amigos y “followers”; pero la auténtica amistad, una sola, tal vez merezca dedicarle toda la vida sin necesidad de que sea demasiado absorbente. La noción que tenía Aristóteles de la “amistad” -o eso que se traduce con la palabra “amistad”- era elástica y abarcaba la piedad filial, el amor en la pareja y la solidaridad del grupo, pero a la vez era rigurosa. No cualquier relación entre personas merece tan noble nombre y quizá ninguna otra cosa nos sea tan necesaria. Por cuestiones meramente físicas es muy difícil tener muchos amigos. Deben estar cerca para recurrir a ellos y entre la comunidad próxima no todos comparten nuestra forma de ver las cosas: otro motivo para no aspirar a demasiados amigos sino a las amistades profundas.Aristóteles encuentra que amistad y justicia “son lo mismo o casi lo mismo”. Pero hay una justicia hacia los amigos q...

El príncipe va desnudo

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Acaba el año maquiavélico -quinto centenario de la redacción de El Príncipe - y ha sido bastante inocentón. Cuando en 2011 se intentó celebrar el año Céline lo ahogaron los berridos de los bienpensantes: Céline había sido un explícito antisemita, su conducta durante la ocupación de Francia fue como poco asquerosilla y de su obra, tal vez brillante, goteaba una moral de podredumbre. Mucho más benévolo, el juicio actual a Maquiavelo lo presenta como el primer estadista, el teórico de la ciencia política moderna, el filósofo que desligó la administración pública de falsos prejuicios morales... Pues muy bien, acerquémonos sin esos falsos prejuicios al texto canónico de Nicolás Maquiavelo y comprobaremos que  Il principe no es la obra de un hábil hombre de Estado sino la de un hijo de mala madre de cuyas opiniones han dependido naciones, guerras y vidas hasta el presente y al lado del cual Céline es un niño llorón. -¡PERO SI NO LLEVA NADA! -EXCLAMÓ DE PRONTO UN NIÑO. Antes del pa...

Va un cura y le dice a otro cura...

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El  Elogio de la Locura  (valdría más traducirlo como  Elogio de la Estupidez ) es un libro tan gracioso que ni los que sintieran sus puyazos (y cualquier lector de cualquier época cabe en alguno de los gremios atacados) podrían enfadarse honestamente. Claro que su principal pimpampum es la Iglesia romana con su jerarquía eclesiástica: desde el Papa simoniaco hasta el fraile analfabeto y vicioso, el clero es retratado como una pandilla de bribones hipócritas y amigos del bien ajeno. Si entendemos, con Cioran, que las religiones son “cruzadas contra el sentido del humor”, no nos sorprenderá en qué embrollo se metió Erasmo cuando publicó esta broma. Aquí, una amiga La Locura –o la Estupidez-, una mujer estrafalaria pero con más sentido común del que cabría esperar, se presenta ante su público. Se reclama par de los dioses y de los héroes de Grecia y Roma: un guiño al incipiente humanismo y su querencia por la antigüedad clásica o tal vez una precaución para no...

Kant contra los fantasmas

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Immanuel, el ilustrado Immanuel Kant, antes de ser Kant, encandilaba a sus amigos con su conversación y su perspicacia (no así con su prosa, como escritor el de Königsberg fue siempre un tanto latoso). En 1766, aconsejado por estos amigos, que tal vez querían no escucharlo más hablando del tema, publicó Los sueños de un visionario , filípica contra el místico Emanuel Swedenborg. Kant explica que tal materia no merece el esfuerzo de coger la pluma, pero que al menos justificaría las horas que malgastó con los copiosos e imaginativos volúmenes del escandinavo . No, no perdió el tiempo; aparte de que debió de pasárselo bien con una obra fantasiosa -aunque a un devoto pietista ciertas diversiones le parezcan frívolas-, adelantó sus interpretaciones del entendimiento humano quince años antes de la Crítica de la razón pura y le dio un buen baño al visionario Swedenborg en nombre de la clara razón, que es uno de los mejores servicios que un ilustrado puede prestar. Emanuel, el iluminado ...

Las fatiguitas

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Una persona puede dedicarse a la filosofía por muchos motivos, aunque la búsqueda de la sabiduría no figura entre los primeros. Sócrates le contaría a Xantipa, su gruñona mujer: “Cariño, si paso los días sin dar un palo al agua, rodeado de tiernos muchachitos y molestando a los vecinos con preguntas absurdas lo hago porque busco lo verdadero, lo bello y lo bueno”, afirmación que difícilmente contentaría a Xantipa. Sartre se metió filósofo para follar; Hegel, para sacarse la cómoda plaza de numerario en la universidad de Berlín. Sören Kierkegaard representa un caso curioso: el hombre que filosofa para aliviar una herida interior. El filósofo enamorado Aquel atormentado que ante sus vecinos aparentaba ser un frívolo playboy estaba enamorado hasta las trancas de Regina Olsen. Pensaba en ella con tal fervor que más de una vez se la cruzaría por las calles de Copenhague sin darse cuenta, embebido en su fantasía. Su concepto del amor era tan personal, como todo lo suyo, que decidió ma...